martes, 5 de mayo de 2009

Seguro Alexia, seguro que podremos hacerlo

Sonia había dejado toda su ropa esparcida por la habitación como ya era habitual en ella. Jana no podía con su desorden, compartir ese espacio pequeño y destartalado con vistas a una carretera secundaria se complicaba ante su dejadez e indolencia. Recogió del suelo algunas prendas de ropa interior barata que Sonia había descartado para esa noche. Las aparto a puntapiés debajo de la cama de su compañera, miró el reloj y pensó con ironía que ya estaría abajo en la sala del club buscando algún cliente, o bien hablando con su acento sureño sobre su mal carácter, como solía hacer cuando Jana no estaba.

Su forma de ser que tanto criticaban no había influido en la cantidad de clientes que la solicitaban, Jana tenía sus más o menos fijos que no la cuestionaban, sólo buscaban calmar su instinto con una mujer a la que por instantes creían suya, no les importaba su frialdad, más bien al contrario sabía que les intrigaba, que deseaban afrontar el reto de complacerla, de hacerla suya más allá de su cuerpo. Pero nada más lejos de la realidad. Podrían poseer su cuerpo, pero había aprendido a ser la dueña de sus pensamientos, de sus inquietudes, de sus anhelos. Eso nadie podría arrebatárselo.

Al bajar las escaleras de forma precipitada se cruzó con Alexia, la miró de forma rápida pero pudo ver un velo de lágrimas de nuevo en sus ojos, ni siquiera respondió al saludo en su lengua materna. Tenía que hacer algo para salir de ahí, tenía que llevársela lejos, muy lejos. Alexia no quería volver a su país, se negaba rotundamente, demasiados malos recuerdos y una familia que de hecho no existía. En tan sólo 17 años había llevado una vida desgarrada por todos los tipos de miserias humanas envueltas en los vicios y la ira que provoca la pobreza y la frustración. Sin embargo a Jana no le importaría volver, pero tenía la certeza de que su pasado estaba muerto y que las posibilidades de vivir con dignidad eran pocas, sus estudios de arte no le servirían para nada. Se sentía como una partícula pequeña y desorientada dentro de un mundo frío y despiadado; tan frío como se estaba haciendo su corazón. Volverlo a descubrirlo, o simplemente pensarlo de nuevo le hacía sentir una profunda angustia ante la certeza de saberse en un lugar cruel que le iba a otorgar pocas posibilidades de salir de ese círculo al que parecía condenada; en esos momentos de tristeza y de ceguera que sufría a menudo, sólo le consolaba pensar en salvar a Alexia.

Era ella quien le empujaba cada día a bajar esas escaleras y sumergirse en un mundo que aborrecía, que día a día le hacía sentirse como una presa enfurecida. Luego iría a hablar con ella, la animaría, pensarían en su huida, charlarían bajo las sábanas y mientras su mente anhelaba ese momento se adentró como cada noche en la densa nube de humo de la sala. Ahora tenía que trabajar, tan sólo deseaba que esa noche los clientes fueran invisibles, que no le pidieran nada, que no conversaran, que no le lloriquearan.

Llegó al salón donde Sonia ya estaba ambientada con un cliente conocido, le pasaba su grueso brazo por encima del cuello y mantenía las piernas entreabiertas como invitando a la proximidad de un contacto. Seguro que caerá pensó medio riéndose Jana mientras se alejaba. En la barra Antonio le guiñó un ojo, simulando un silbido. No quería los alabos de Antonio, hoy no, el llanto de Alexia le había partido el alma. Antonio limpiaba los vasos de los carmines que iban quedando impregnados, y tarareaba alguna canción cubana. Bailaba salsa mientras movía el paño entre las bocas de los cristales. Jana se dirigió al centro de la sala, aquella noche había elegido un vestido negro ceñido, más bien corto, que dejaba entrever lo que realmente podía presumir, unas piernas esbeltas y bien formadas. También sabía que llamaba la atención de los clientes su melena rubia y larga, y sus pechos pequeños pero tersos.

Se sentó sola en una mesa, pronto vendría Manuel para comprobar su negocio, le quedaba poco de soledad, se fumaría un cigarrillo y contemplaría desde cerca la colección de desconocidos que aquella noche podrían buscarla. No podía hundirse, lo tenía que hacer por Alexia, pero el decorado del club, su ambiente, sus propias compañeras todo absolutamente todo le repugnaba. Aquel color rojizo pasado de moda que pintaba todo el ambiente de la sala, los sofás de plástico, partidos y algunos con agujeros, las cortinas de un color desconocido y ese suelo impregnado de todos los vicios que normalmente frenaba los pasos, hacían muy difícil mantener un estado de ánimo distante de todo y de todos.

Sabían que la consideraban rara, que le recriminaban que no quisiera relacionarse con sus compañeras; era cierto, sinceramente no le interesaba sus vidas ni las la de los clientes tampoco, eran todas ellas una suma de problemas que lo único que conseguía eran debilitarla en su empeño. Su corazón se iba blindando contra todo y los sentimientos se perdían en la memoria. En ese momento trabajaban regularmente seis en el club, sólo hablaba con Alexia, y con Sonia intercambiaba frases cortas mucha de las veces sin llegar a entender su español. Cada historia era un reguero de desgarros familiares, caminos de sufrimiento y engaños que las habían arrancado de sus países, líneas entre la vida y la muerte lenta de cada día, embriagadas de drogas o alcohol. Ella había sido una historia más de engaño, drogas, violaciones, y autodestrucción, pero tuvo la suerte de darse cuenta a tiempo y Alexia se convirtió en el motor y en el coraje para mantenerse al margen. Ahora Jana debía estar alerta, tener los cinco sentidos despiertos, la cabeza fría y seguir con su plan.

Tenía previsto todos los detalles de su huida, había calculado que necesitaría trabajar tres meses más, y cuantos más clientes cada noche mejor. Tendría que salvar la vigilancia de Antonio, quien durante todo el día permanecía en el club registrando habitaciones cuando menos lo esperaban, cualquier pista o movimiento de inmediato era contado a Manuel. A él si que le temía, había presenciado bastantes arranques de ira con algunas de sus compañeras, sabía que guardaba un arma y que mantenía una buena relación con agentes de la policía que merodeaban por el club, imponiendo la ley de los frustrados, la de los líderes corruptos.

Mantenía con Manuel una relación distante. Sabía que la consideraba trabajadora, y por supuesto inexpugnable y extraña. A Manuel no le importaba Jana, estaba demasiado obsesionado por Alexia, a quien cada noche acudía. Ignoraba con frialdad sus continuas quejas, sus gritos en silencio cuando Manuel traspasaba el umbral de su habitación, simplemente se había encaprichado de sus ojos turquesas y su piel blanca y perfecta. Alexia le silenciaba lo que sucedía en aquella habitación donde tenía el privilegio de no compartir llantos con otra compañera. Manuel la quería para él. Se preguntaba qué habría pasado durante el día para que esa noche Alexia subiera llorando por la escalera.

Entró Manuel con sus amigos de la policía, entre ellos distinguió a Nacho, sobresalía de los demás por su estatura y corpulencia. Manuel quedaba pequeño y enjunto frente a su corpulencia. Nacho la miró de soslayo, Jana se levantó con rapidez, necesitaba hablar con él, saber cómo iba la tramitación de toda la documentación que le iba a hacer falta. Le había prometido en muchas noches de sexo consentido que la iba a ayudar a salir de ahí. Pero la mirada de Nacho esa noche era esquiva, rodeaba a Manuel, como el resto de sus colegas y parecía divertido con las bromas que unos a otras se lanzaban, mientras cada uno de ellos ya se había apoderado de algún miembro cuanto más lascivo mejor de las chicas del club. Nacho estaba solo, todavía no había elegido, seguro que estaba esperándola.

Se acercó a él, y con movimientos sigilosos y sensuales se acomodó en la mesa que habían cercado entre todos sus compañeros. Las copas corrían rápidamente, los brazos, las manos se confundían mientras algunos de ellos se desplazaban entre los muslos o lo pechos de las chicas. Nacho estaba ausente, Jana le acarició el pelo y el se apartó. Lo miró fijamente y le susurró que necesitaba estar a solas con él, le urgía hacerle suyo, lo deseaba. Le cogió de la mano y subieron juntos las escaleras mientras Jana lo besaba y le mordisqueaba como sabía que a él le gustaba. Primero lo haría de ella, lo violaría si fuera necesario, y luego le preguntaría si algo iba mal, porque intuía que eso era le que pasaba.

Nacho cayó rendido después del sexo, como siempre era un amante especialmente poco complaciente para a Jana, pero esas cuestiones ya poco le importaban, tal vez era mejor así, algo rápido y sin demasiadas explicaciones o exigencias. Se recostó junto a él y le pidió que le comentara como iba todo el papeleo. Nacho hizo una mueca de disgusto y le explico entre resoplidos y con el ceño fruncido, como si realmente estuviera contrariado, que el jefe sospechaba, que le había hecho algunas preguntas comprometedoras y que de momento tendrían que tener paciencia, que era cuestión de algunos meses más, y le repitió varias veces y con contundencia que estuviera tranquila porque estaba segura mientras los demás supieran que era su preferida. Pero Jana no le creyó, había oído esas palabras muchas veces, eran simples excusas, Nacho no pensaba ayudarla lo que sucedía es que no era capaz de decírselo.

Aquella noche no bajaría de nuevo al local, prefería dormir con el dolor de saber que sus planes se alargaban en un tiempo indefinido, con el amargo sabor de que los amaneceres entre aquellas paredes serían más de los previstos. Sintió el engaño de Nacho, ya no podría contar con él y de nuevo tendría que volver a tejer una huida silenciosa sin la ayuda de nadie. Instó a Nacho a que volviera a la sala, que necesitaba estar a solas, y mientras se despedía de él escuchó la sirena de una ambulancia. Se irguió de un salto de la cama, sintió como el corazón trepaba, atravesó medio desnuda el pasillo, subió las escaleras y empujó la puerta de la habitación de Alexia. Manuel y algunos de los policías cercaban el cuerpo blanco y perfecto de Alexia, quien como una muñeca desmadejada yacía en el suelo de la habitación. Quiso empujar uno a uno, acercarse a acariciar y acunar a su niña pequeña, pero no la dejaron. Intentó hablar pero una punzada en el estómago la obligo a girar la cabeza y vomitar mientras oía a Manuel y Antonio como explicaban que la habían encontrado así, que últimamente no sólo consumía coca, sino al parecer también heroína, y aquella noche se había pasado con la dosis.

La ira, la rabia, mientras la veía yacer en esa camilla que la iba a transportar al hospital aumentaba mientras miraba la carretera y las luces intermitentes de la ambulancia. Sabía que Manuel era quien le suministraba, esta vez podría salvarse, pero cuántas más harían falta. No Alexia no puedes dejarme sola le gritaba, no Alexia yo prometí sacarte de aquí, no Alexia te llevare de vuelta a Kiev, a tu hogar, al nuestro, pero allí tampoco permitiré que nadie más nos haga daño. Si no quieres volver, empezaremos de cero, sin miserias fuera de la crueldad de tu mundo y el mío. Mientras Jana lloraba lágrimas en silencio, Manuel comentaba de forma fría a sus colegas de la policía que Alexia ya suponía para él un problema, estaba demasiado enganchada a las drogas, es más, les susurró, que ni siquiera le complacía en la cama.

Jana se encerró en su cuarto, lloró, chilló en silencio. Iré a buscarte Alexia y te sacaré de ahí, recontó sus ahorros, se vistió con lo primero que encontró y se acuclilló como un ovillo en la cama mientras esperaba el amanecer para entre las brumas desaparecer. No esperaría más, no le importaba el riesgo, el no tener papeles, ahora todo carecía de sentido, su objetivo sería esperar a que Alexia se recuperara, mientras tanto ella permanecería escondida en cualquier lugar y después marchar, huir. Quería redescubrir a Jana, al mundo que le había ignorado, quería disfrutar de la belleza de ahí fuera que al parecer existe y algunos cuentan, tenía derecho a ello; seguro Alexia, seguro que podremos hacerlo.

Esperó a que el impacto de los sucedido adormeciera la mente de los culpables, a la soledad de la sala principal del club, y a que Antonio se hubiera refugiado con Manuel en algún lugar para engañar a sus conciencias. Entonces, cruzó la sala, respiró el aire frío de la madrugada y salió. La sombre de una figura esbelta de largas piernas y melena rubia se dejaba entrever entre la niebla del amanecer en una carretera secundaria, la mirada perdida, y como equipaje un bolso lleno de miedos, eso sí, su destino más inmediato estaba claro: Alexia.

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