sábado, 25 de abril de 2009

Lucia y el motorista

Eran cerca de las cinco de la tarde. Los ordenadores se iban apagando, y Lucía se despedía de sus compañeros mientras miraba el paisaje de la cala de Po en Cantabria. El verano pasado había estado con su familia, desde entonces se detenía a contemplarla en esas tardes donde el hastío y la rutina le invitaban a abandonar su mundo, el real. No podía quejarse, a pesar de los casi quince años de matrimonio, no le iba tan mal. Por supuesto que la intensidad de los primeros años había quedado atrás, pero Víctor era un buen compañero. Las aficiones no coincidían y cada vez menos, pero había hecho lo que se esperaba que hiciera. Ni más ni menos. Trabajaba en lo que debía, había estudiado lo que más al alcance tenía y por supuesto fue madre cuando el momento marcaba la maternidad como el único hecho que podía llenar su vida.

Todo según lo previsto. Su vida marcada por el reloj con una puntualidad asfixiante. Sus deseos, sus anhelos iban quedando por el camino. Estaba ya tan distante de lo que soñaba una y otra vez. Incluso a veces se irritaba consigo misma porque no sabía lo que pretendía. Tenía lo que ella misma había ido construyendo, y no era poco. Pero esa tarde la punzada que a veces le asfixiaba era más intensa, y el aire se hacía más espeso y denso. Y miró el paisaje, mientras una sonrisa se dibujó en su cara. Si pudiera traspasar esa pantalla y estar ahora mismo ahí, alojada en ese hotel pintado de color azul turquesa como el mar al que miraba casi insolente desde una pequeña colina. Sólo unos días, tan sólo eso. Sin nadie, ella con su soledad, su maleta de pinturas, y una cámara para fotografiar todos los colores que reunía la bahía.

Cerró el ordenador, estaba sola en la oficina, se abrigó bien porque la tarde era fría y salió por el viejo portal a la calle donde la vida se abría de nuevo ante ella. Al cerrar el portal, se giró y vio una moto grande sobre la acera, casi no le dejaba pasar. Sobre ella, un chico o un hombre, no lo sabía. Llevaba el casco puesto y parecía que esperaba a alguien. Se subió el cuello del abrigo y rechinó los dientes, qué frío hacía, o era ella que sentía frió por dentro; sí, tal vez era eso. Avanzó unos pasos y oyó como una voz de hombre le llamaba:” Lucia “ Se giró, quizás un compañero, pero no había nadie conocido; es más no había nadie, solo el chico-hombre de la moto y ella. El motorista se levantó la visera del casco y entonces claramente le dijo: “ Lucía”.

Lo miró con los ojos entrecerrados; no, definitivamente sus rasgos no los identificaba. Pero cómo le gustaban esos ojos negros alargados e incluso pícaros, los había imaginado muchas veces, pero siempre en sus sueños, en sus fantasías. Estaba bien formado, parecía un cuerpo cuidado, y su voz sonaba tan dulce.

“Lucía, por favor, sube conmigo sé dónde quieres ir. Nos espera un largo viaje”, le volvió a repetir él . Lucía pensó que soñaba demasiado, y siguió caminando. Entonces se dio cuenta de que no había nadie en la calle, sólo estaban ella y el supuesto motorista; supuesto, porque estaba convencida que no era real. “Lucía, confía en mí, yo también quiero ir a ese lugar. Te llevo a casa, coges un pequeño equipaje y tu maleta de pintar. Solo necesitas eso”, volvió a oír. Como un autómata se giró, le miró de nuevo a los ojos y se dirigió despacio y vacilante hacia él. No era dueña de su de su cuerpo, era la víctima de una voz cálida que le invitaba a marchar, a huir como constantemente anhelaba ella.

Subió a la moto como si en su destino estuviera escrito que sería ella, Lucía, quien debía escapar de la realidad sobre ese medio, y esa moto el vehículo que le permitía volver a soñar. Como si el aire fuera su aliado y la carretera su camino, se sujetó con fuerza a su motorista. No quería volver a perder su tiempo en ansias y suspiros.
Cuando se acercó a su cuerpo para sentir la realidad de su sueño, comprobó que olía bien y que su tacto era cálido. Pasó de sentir ese frío interno que siempre la acompañaba a sentir esa brisa agradable que envuelve los momentos felices e intensos. Seguramente había traspasado alguna línea vital que muchos desconocemos y que confunde los sueños y los anhelos en realidades hermosas.

Pero daba igual, ya no le importaba nada, recogería lo importante, una nota escueta prometiendo volver, una excusa de unos días de trabajo fuera y marcharse; marcharse a aquella playa, a aquel pequeño hotel. Él le había dicho que sabía dónde quería ir, no pensaba preguntarle nada, sólo y por primera vez en su vida se iba a dejar llevar. Sentir su respiración, el haber escuchado su voz, sentir su tacto cuando le acarició las manos y sus ojos pícaros, era suficiente.

Con destino a dejar mecerse entre las olas del tiempo, con destino a fundirse en sus sentidos, con destino a cruzar el umbral de la monotonía, con destino a amar los momentos, a dejarse guíar por sus latidos. Estaba segura que sólo serían unos días pero no lo pensaba dejar escapar. Tan sólo le preguntó cómo se llamaba, y él riéndose le contestó: "como tú quieras", y Lucía le dijo susurrando: “ no perdamos más tiempo, pronto anochecerá y será un día menos contigo”. La moto aceleró y se perdió en una tarde clara. Por primera vez se sintió plena, sin frío, feliz.