miércoles, 15 de abril de 2009

EL AMANTE

Se revolvió entre las sábanas lentamente con miedo a despertarlo y romper el encanto de lo que entendía como la mejor manera de dar la bienvenida a la luz y a los amaneceres cálidos. Miró hacia la ventana, la mañana ya clareaba, se oían los primeros pasos de aquellos que como ella se sumergían cada día en esa marea que ahora marcaba como un muro entre lo externo y aquel pequeño espacio, el suyo y el de su amante. Y los imaginaba deambulando por la vida perdidos buscando de forma tenaz y a veces absurda lo que ella ahora poseía.
Comprendía muchas cosas que hace tan sólo unos meses desconocía. Pertenecía a ese mundo de los que miran el amor a través del cristal. Había sido durante muchos años lectora empedernida de historias románticas que deleitaba con envidia y cierto resentimiento. Culpaba su vena sensiblera a su niñez envuelta en personajes de cuentos con hermosos príncipes y dulces amadas; culpaba a las miles de películas que embebía, creyendo que sólo eran un espejo opaco donde su vida jamás se reflejaría.
La adolescencia y la juventud se habían ido deslizando entre desengaños y amores efímeros que nunca franquearon la puerta de un corazón blindado contra lo cotidiano. Pero seguía devorando historias que mezclaran lo humano y lo irreal en unas vidas frenéticas donde cada respiro de aire era por amor. Un amor que la enloqueciera, le cambiara el color de las cosas más cotidianas. Y así pasaban los inviernos y las primaveras, mientras sentía que había sufrido el engaño de una sociedad pobre que inventaba las auténticas emociones para compensar la infelicidad.
Casi sintió que el amor se le volvía a escapar, que el pesimismo le invadía mientras oía los pasos de alguien que en el piso superior se despertaba como ella; El pasado le jugaba malas pasadas, le hacía más pequeña su memoria y le incitaba a olvidar lo que cada uno de sus días vivía. Se desprendió de la tristeza de sus años de alma solitaria, mientras volvía al presente, al ahora eterno, a enredar con sus dedos las sábanas cálidas de una noche de amor.
Por fin descubría que se podía anhelar escuchar la respiración y tan solo esperar eso. Se volvió y lo miró con detenimiento. Pasaría horas en silencio contemplando su rítmico y lento respirar. Le olió, olió su aire. Era la sensación más dulce que hasta ahora había sentido su pequeño corazón. Quería impregnar cada una de las partes de su frágil cuerpo del aire que desprendía su amante. Jamás imaginó lo que supondría mirar en silencio el perfil nada cercano a esa perfección engañosa que tantas frustraciones produce.
No, su amante no era bello según esos cánones tan dictadores y absurdos que nos imponen y nos someten. Su amante tenía la perfección de la dulzura de saber encontrar la fórmula para detener el tiempo en un suspenso solo llenos de impulsos de abrazos y besos, con el sabor dulce de la complicidad para escuchar un te quiero rodeado de su cálida mirada. La perfección de escuchar de sus labios susurros mientras el futuro se entretejía en la comprensión de entender la vida con la misma mirada. Dialogar sin hablar y ser capaces de entenderse, revolverse en su regazo y sentir la calidez de la vida. Abarcar con sus labios toda su esencia, su mundo. Entretejer con sus manos entrelazadas un futuro sin esperas, sin miedos. Y acariciar cada rincón de su cuerpo reconociendo su humanidad, sonriendo mientras se deleitaba en despertarse junto a él con la complicidad de tantos amaneceres como a la vida le robara.
Hundió sus manos entre el pelo negro y ensortijado en un intento de eternizar aquel momento mientras dejaba descansar su oído sobre el corazón de su amante, sorbiendo su mirada y sus pequeños ojos que sabían mirarla sólo a ella. Se detuvo en sus manos grandes que podían deslizarse por su piel como una pequeña pluma que escribía en cada rincón de su piel un mensaje secreto entre ellos, donde pactaban estar juntos en cada momento en el que relataran su vida.
Se acercó a su oído y como un soplido le agradeció su ayuda a comprender el significado de amar a alguien más allá de todo, más allá de los demás; gracias por crear ese pequeño rincón de los dos, exclusivamente de ellos donde podían respirarse, anhelarse, entenderse y jugar a amarse, fundiendo dos almas que un día estuvieran perdidas; esa era la única y exquisita finalidad.
Al fin te encontré, sólo quiero que seguir por esta vereda de aire fresco y luna blanca, donde los pasos son más ligeros y claros. Quiero apartarme del frío de fuera. Es nuestro mundo y quiero que siga así, continuar añorándote un día tras otro.Se deslizó fuera de la cama, se vistió en silencio y por último le besó. Mi adiós es un pequeño intermedio, volveré a tu regazo, a tus labios dulces, a entretejer con tus manos el tiempo. Espérame, en tan sólo unos breves instantes te sabré encontrar de nuevo.